Y vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas, que habría de ser llamado nazareno. (Mateo 2:23)
Este versículo se refiere a la niñez de Jesús y explica que, después de que José y María llevaran a Jesús a Egipto para escapar de los perversos celos de Herodes, José hizo lo inesperado: vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, su ciudad natal. Esto fue algo notable, porque Nazaret era una ciudad insignificante y porque era el lugar donde todos conocían a María y a José, así como las extrañas circunstancias que rodearon el nacimiento de su hijo.
Nazaret era un pueblo sin murallas, sin protección, con una reputación algo dudosa; Natanael se llegó a preguntar si de Nazaret podría salir algo bueno (Juan 1:46). Cada región tiene algún lugar que es objeto de desprecio y burla. Siempre hay alguna ciudad o pueblo cuyos habitantes son ridiculizados por los demás, convertidos en blanco de chistes y desdén. A menudo, se piensa que las personas de estos lugares son incultas, atrasadas y no muy inteligentes. Ese era el tipo de lugar que era Nazaret.
¿No sería mejor que el Mesías hubiera crecido en Jerusalén, a la sombra del templo y rodeado por las personas más sabias y sofisticadas de su tiempo? Sin embargo, dentro del plan de Dios, Jesús vino de un lugar pequeño e insignificante que, si es que tenía alguna reputación, era negativa. Allí, Jesús creció y maduró hasta la adultez.
Reflexiona sobre esto: Habría de ser llamado nazareno. En el plan de Dios, el Mesías creció en ese pueblo que de alguna manera era despreciado. De hecho, Jesús sería conocido como “Jesús de Nazaret” y sus seguidores como “nazarenos”.
Cuando Jesús se reveló a Pablo en el camino a Damasco —obviamente, después de su resurrección, ascensión y de estar sentado a la diestra de Dios el Padre en gloria— se presentó diciéndole: “Yo soy Jesús de Nazaret” (Hechos 22:8). Aún seguía siendo el nazareno.
En Hechos 24:5, los acusadores de Pablo dijeron esto a su juez: “hemos hallado que este hombre es una plaga, y promotor de sediciones entre todos los judíos por todo el mundo, y cabecilla de la secta de los nazarenos”. Los creyentes seguían siendo identificados por su asociación con el Nazareno.
Creciendo en Nazaret, Jesús maduró desde su niñez hasta convertirse en un joven adulto. Cumplió con las responsabilidades propias de un hijo mayor, y luego, en algún momento, José desapareció de la escena, y Jesús asumió el rol de cabeza de familia. En Nazaret, Jesús trabajó en su oficio, sustentó a su familia, amó a su Dios y demostró su fidelidad en mil pequeños detalles antes de comenzar formalmente su ministerio designado.
Sin embargo, nadie se sentiría intimidado al encontrarse con un hombre de Nazaret; la tendencia sería pensar que uno mismo es superior a alguien de ese pueblo despreciado.
Para que tú, yo y todos pudiéramos acercarnos libremente a Jesús, Él asumió un título despreciado y lo transformó en algo glorioso en su humildad: Habría de ser llamado nazareno.
Haz clic aquí para leer el comentario de David sobre Mateo 2