Un gran tesoro en una pequeña cuna


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Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra (Mateo 2:11).

Las historias tradicionales sobre el nacimiento de Jesús nos conmueven profundamente, pero algunas de ellas no son del todo fieles al relato bíblico. Varias inexactitudes se relacionan, especialmente, con los sabios de Oriente.

La Biblia no menciona que fueran tres, aunque solemos cantar el villancico “We Three Kings of Orient Are” (Somos tres Reyes de Oriente), dando por sentado ese número. Tampoco dice que fueran reyes, sino que eran miembros de una orden de sabios persas conocidos como “magos”. Quizá lo más significativo sea que la Biblia no indica que llegaron la misma noche del nacimiento de Jesús, sino tiempo después, probablemente cuando el Niño tenía cerca de un año. Al ver la estrella, los magos iniciaron los preparativos de su viaje, pero este les llevó varios meses.

Lo que sí sabemos, según el relato bíblico, es que llevaron tres regalos significativos, no solo para el Niño, sino también para el Hombre en el que se convertiría.

El oro era un presente apropiado para un rey. En la antigua Persia, nadie podía presentarse ante un rey sin llevarle oro como ofrenda. Estos sabios persas reconocieron en un niño a un rey. Es curioso, ¿no? Los niños no nacen reyes; nacen príncipes y con el tiempo llegan al trono. Pero este Niño era diferente: Él es el Rey de Reyes y Señor de Señores, y reinará en el trono de David por los siglos de los siglos.

El incienso era un regalo apropiadp para un sacerdote. Esta resina brillante y fragante, obtenida de ciertos árboles, era utilizada como incienso por los sacerdotes de Israel. En las Escrituras, el incienso simboliza la oración y la intercesión. Este presente fue especialmente apropiado para Jesús, nuestro Sumo Sacerdote y mediador ante Dios. Según la Biblia, un sacerdote representa a Dios ante las personas y a las personas ante Dios. Jesús cumplió este rol a la perfección. La Escritura dice que Él vive para interceder por su pueblo.

La mirra era un regalo apropiado para alguien destinado a morir. Esta especia fragante, usada principalmente en el embalsamamiento, simbolizaba el propósito supremo de Jesús: Su muerte. Incluso desde ese momento, la tenue sombra de la cruz proyectaba su oscura silueta sobre la cuna. Este era un Hombre nacido para vivir, mostrarnos a Dios, sanar y enseñar. Pero, sobre todo, nació para morir. En la cruz soportó el juicio que merecíamos y ocupó el lugar de todos los que decidieran recibirlo.

Es asombroso todo lo que Dios colocó en una cuna, pero así fue. Hoy se nos extiende la invitación de recibir a Jesucristo como nuestro Rey, nuestro Sumo Sacerdote y el Salvador que pagó el precio de nuestros pecados.

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Categories: Devocional Semanal
David Guzik:

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