Y vio Jehová que Lea era menospreciada, y le dio hijos; pero Raquel era estéril (Génesis 29:31).
La vida familiar enfrenta sus propios desafíos, pero las dificultades y complicaciones se multiplican exponencialmente cuando las personas deciden ignorar el camino y la voluntad de Dios, y optan por hacer lo que les resulta más placentero o lo que la cultura promueve.
Desde el principio, Dios estableció que el matrimonio debía ser entre un hombre y una mujer, con el propósito de un compromiso para toda la vida (Mateo 19:4-6). Sin embargo, ya sea por tragedia, debilidad o rebeldía, las personas a menudo se desvían del camino de Dios, lo que resulta en mucho dolor y problemas.
El matrimonio de Jacob y Raquel en Génesis 29 es un claro ejemplo de esto. En su viaje hacia la tierra de sus antepasados maternos, Jacob conoció a Raquel en un pozo y se enamoró de inmediato. Al no tener dinero para la dote, aceptó trabajar durante siete años para su padre, Labán, con el fin de ganarse el derecho a casarse con ella. Estaba tan enamorado de Raquel que los siete años le parecieron como unos pocos días (Génesis 29:20). Sin embargo, Labán engañó a Jacob, y bajo el velo nupcial y la oscuridad de la noche de bodas, le entregó a Lea, la hermana mayor de Raquel.
Jacob amaba a Raquel, pero lo engañaron para casarse tanto con Raquel como con Lea. En una familia tan complicada como esta, no es sorprendente que Lea se sintiera abandonada y menospreciada.
La compasión de Dios hacia Lea fue maravillosa: Cuando vio Jehová que Lea era menospreciada, a pesar de ser la parte inocente en toda esta situación, le ofreció consuelo y bendición. De alguna manera, Dios satisfizo sus necesidades, incluso cuando su esposo actuaba de manera poco piadosa.
Martín Lutero escribió sobre la difícil situación de Lea: “La desdichada Lea se sienta tristemente en su tienda con su criada, y pasa el tiempo hilando y llorando. El resto de la casa, y especialmente Raquel, la desprecia porque ha sido menospreciada por su marido, quien prefiere a Raquel y está desesperadamente enamorado solo de ella. No es hermosa ni agradable. No, es aborrecida y odiada… Allí se sienta la pobre muchacha; nadie le presta atención. Raquel se da aires, sin dignarse a mirarla. ‘Yo soy la señora de la casa’ piensa, ‘Lea es una esclava’. Estas son actitudes verdaderamente carnales en los santos padres y madres, similares a las que a menudo ocurren en nuestras propias casas”.
Entonces Dios otorgó a la menospreciada Lea una bendición especial: le dio hijos. El Señor mostró su bondad hacia Lea, a pesar de que su esposo y su hermana no lo hacían.
Tal vez te sientas identificado con la situación de Lea. Tal vez eres tú quien se siente descuidado, pasado por alto y menospreciado. Si te reconoces en el problema de Lea, confía en que Dios te otorgará su gracia. Aunque Dios no ‘obligó’ al esposo de Lea a amarla más que a su rival, le ofreció bendición y consuelo de otras maneras. Dios tiene formas de mostrar su amor, incluso a aquellos que son menospreciados y pasados por alto por los demás.
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