Y dijo Jacob: Dios de mi padre Abraham, y Dios de mi padre Isaac, Jehová, que me dijiste: Vuélvete a tu tierra y a tu parentela, y yo te haré bien; menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para con tu siervo; pues con mi cayado pasé este Jordán, y ahora estoy sobre dos campamentos. Líbrame ahora de la mano de mi hermano, de la mano de Esaú, porque le temo; no venga acaso y me hiera la madre con los hijos. Y tú has dicho: Yo te haré bien, y tu descendencia será como la arena del mar, que no se puede contar por la multitud (Génesis 32:9-12).
Alguien dijo una vez que “no se puede regresar a casa”, refiriéndose a que no es posible volver exactamente al pasado. Sin embargo, Jacob intentó volver después de haber estado fuera por veinte años. Tenía presente que su hermano Esaú había jurado matarlo, lo que lo obligó a huir por su vida. Pero Jacob no podía alejarse de la Tierra Prometida para siempre. Así, en Génesis 32, regresa a Canaán, dispuesto a enfrentar tanto su pasado como su futuro.
Al principio, Jacob no supo cómo enfrentar la presión de regresar a casa. Su reacción fue de miedo e incredulidad. Sin embargo, Jacob tomó una decisión acertada: acudió al Señor y oró con fe, agradecimiento y la palabra de Dios.
Primero, observemos que la oración de Jacob incluía la palabra de Dios: Jehová, que me dijiste: Vuélvete a tu tierra y a tu parentela, y yo te haré bien (Génesis 31:3); y: Yo te haré bien (Génesis 28:13-15). Es fundamental orar con las palabras de la Escritura, ya que muchas oraciones se quedan cortas porque carecen de la palabra de Dios. A menudo, nuestras oraciones son vacías porque hay muy poco de la palabra de Dios en nosotros. Jacob hizo bien en recordar lo que Dios le había prometido.
Segundo, la oración de Jacob incluía acción de gracias. Él dijo: menor soy que todas las misericordias. Jacob comprendía que no era merecedor de lo que Dios había hecho por él, ni de lo que le pedía que hiciera. En cambio, depositó su confianza en las promesas de Dios.
Finalmente, la oración de Jacob estaba impregnada de fe. Él oró: Líbrame ahora de la mano de mi hermano. Jacob le pidió audazmente a Dios que actuara, basándose en las propias promesas de Dios.
No importa cuán poderosa pareciera ser la oración de Jacob; la verdadera calidad de su oración se manifestaría después de haber orado. La oración genuina, la gran oración, nos transforma. Podemos levantarnos de nuestra oración y enfrentar nuestras circunstancias con una perspectiva renovada. Una vez le preguntaron a George Müller, un destacado hombre de fe y oración: “¿Cuál es la parte más importante de la oración?”. Él respondió: “Los quince minutos después de haber dicho ‘Amén’”.
Hoy, ora de acuerdo con la palabra de Dios, ora con acción de gracias y ora con fe. Sobre todo, mantente firme en la fe una vez que hayas terminado de orar.
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