Y le respondió Jehová:
Dos naciones hay en tu seno,
Y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas;
El un pueblo será más fuerte que el otro pueblo,
Y el mayor servirá al menor.
(Génesis 25:23)
Dios prometió que Abraham tendría una descendencia incontable a través de Isaac. Aunque la promesa era segura, no se cumplió de manera rápida ni sencilla. Rebeca, la esposa de Isaac, fue estéril durante unos 20 años (Génesis 25:20, 26). Sin embargo, cuando Isaac oró por ella, el Señor respondió y Rebeca concibió.
Una vez embarazada, la lucha que Rebeca sentía en su vientre la llevó a buscar a Dios. Al hacerlo, el Señor le reveló la cantidad de hijos que llevaba, su sexo y el destino que tendrían. Fue entonces cuando Dios le dijo que tendría gemelos y que cada uno sería padre de una nación. De los dos, uno sería mayor, pero el menor superaría al mayor.
Al proclamar que el mayor serviría al menor, Dios desafió el patrón culturalmente aceptado de esa época y lugar, en el cual el primogénito siempre era preferido sobre el menor. En Romanos 9:10-13, el apóstol Pablo utilizó esta elección de Jacob sobre Esaú, hecha antes de su nacimiento, como una ilustración de la elección soberana de Dios.
Pablo escribió que la elección de Dios no se basó en el desempeño de Jacob o Esaú. Dios anunció sus intenciones a Rebeca antes del nacimiento de los niños (el mayor servirá al menor) y reiteró su veredicto mucho después de que Jacob y Esaú hubieran partido de este mundo: “Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí” (Malaquías 1:2-3).
Algunas personas cuestionan la justicia de que Dios hiciera tal elección antes de que Jacob o Esaú nacieran. Sin embargo, debemos entender que el amor y el odio de los que Dios habla en Malaquías 1:2-3 y Romanos 9:10-13 están relacionados con su propósito de elegir a uno de ellos como heredero del pacto de Abraham. Dios no odiaba a Esaú en el sentido de maldecirlo a una vida condenada, ni en este mundo ni en el otro. De hecho, Esaú fue un hombre próspero y, en cierto sentido, mejor adaptado que Jacob (Génesis 33:4-9). No obstante, en lo referente a la herencia del pacto, ciertamente puede decirse que Dios aborreció a Esaú y amó a Jacob.
Cuando se trata de la elección de Dios, muchas personas cometen el error de pensar que Dios elige por razones aleatorias o arbitrarias, como si sus decisiones fueran imprevistas y sin sentido. Sin embargo, no es así. Dios elige según su sabiduría divina, su amor y su bondad. Aunque quizás no entendamos las razones detrás de sus elecciones, las cuales sólo Él conoce, debemos confiar en que no son aleatorias ni caprichosas.
Puedes estar tranquilo sabiendo que cuando Dios elige, siempre lo hace por una buena razón y para el bien final de aquellos que le aman y son llamados según su propósito (Romanos 8:28).
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