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 Y dijo Faraón a sus siervos: ¿Acaso hallaremos a otro hombre como este, en quien esté el espíritu de Dios?  Y dijo Faraón a José: Pues que Dios te ha hecho saber todo esto, no hay entendido ni sabio como tú (Génesis 41:38-39).

Se dice que el ejecutivo exitoso es aquel capaz de delegar toda la responsabilidad, desviar toda la culpa y quedarse con todo el mérito. Buscando el éxito, muchos siguen esta fórmula. Sin embargo, esa estrategia es tan frágil como un castillo de naipes. El ejemplo de José nos enseña el camino de Dios para alcanzar y manejar el verdadero éxito.

Del Pozo a la Cima

El tiempo es crucial en el éxito que proviene de Dios. En Génesis 41, José acaba de alcanzar la cúspide de su vida, pero el trayecto hasta allí fue largo y arduo. Quizá en algún momento sintió que los años en prisión habían sido un desperdicio, pero no lo fueron en absoluto. Cada etapa tenía su lugar dentro del plan divino de Dios. Desde joven, José tenía la convicción de que Dios lo había destinado a grandes cosas; lo que no sabía era cuánto tiempo tomaría el cumplimiento de esas promesas.

Salmos 31:14-15 declara: “Mas yo en ti confío, oh Jehová; Digo: Tú eres mi Dios. En tu mano están mis tiempos” ¿Puedes hacer tuyas estas palabras? Puede que sintamos estar listos para lo que Dios hará en nosotros y a través de nosotros, pero debemos aprender a descansar en el Señor y decir con humildad: “En tu mano están mis tiempos”.

Finalmente, Faraón promovió a José. Él ascendió del pozo a la cima. Sin embargo, el ascenso de José no fue obra de Faraón, sino de Dios. José no esperaba que Faraón lo liberara de la cárcel; él esperaba en Dios. El salmista nos recuerda: “Porque ni de oriente ni de occidente, ni del desierto viene el enaltecimiento.  Mas Dios es el juez; a este humilla, y a aquel enaltece” (Salmos 75:6-7). El mérito del asombroso ascenso de José no pertenece a Faraón, ni a José mismo, y mucho menos al azar o a la casualidad. El éxito de José fue el cumplimiento perfecto del plan soberano de Dios.

En Génesis 41:50-52 leemos que José tuvo dos hijos a quienes llamó Manasés y Efraín. Aunque vivía en Egipto, estaba casado con una mujer egipcia y trabajaba para el Faraón, eligió nombres hebreos para sus hijos. Esto nos muestra que José no se olvidó de Dios, ni siquiera en medio de su éxito. Muchas personas, al alcanzar una posición elevada como la de José, tienden a olvidar a Dios. Piensan que Dios es necesario solo en tiempos de dificultad, pero no en momentos de abundancia. Debemos imitar a José, quien permaneció fiel a Dios tanto en los tiempos buenos como en los malos.

Una oración apropiada para hoy sería: “Señor, dame un corazón que espere en ti y que te sirva fielmente, aun cuando alcance el éxito a los ojos del mundo”.

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