Entonces vinieron unos judíos de Antioquía y de Iconio, que persuadieron a la multitud, y habiendo apedreado a Pablo, le arrastraron fuera de la ciudad, pensando que estaba muerto. Pero rodeándole los discípulos, se levantó y entró en la ciudad; y al día siguiente salió con Bernabé para Derbe (Hechos 14:19-20).

Pablo y Bernabé iban de ciudad en ciudad en la provincia romana de Asia Menor, en lo que hoy es la actual Turquía. Predicaban la buena nueva de Jesucristo y, cuando la gente respondía, fundaban congregaciones. En el camino, enfrentaron mucha oposición. De hecho, había un grupo enojado de gente judía de Antioquía y de Iconio que comenzó a seguir a Pablo con la esperanza de detenerlo a él y a sus compañeros.

Cuando llegaron a la ciudad de Listra, algunos de estos judíos perseguidores de Antioquía y de Iconio viajaron más de cien millas sólo para perjudicar a Pablo. Eran adversarios dedicados de Pablo.

El hombre que no se daría por vencido

Cuando estos adversarios llegaron a Listra, persuadieron a la multitud de que Pablo era un hombre malo que merecía un castigo severo. Incitaron al pueblo de Listra contra Pablo y Bernabé, y provocaron la lapidación de Pablo. Esto fue obviamente un intento de ejecutar a Pablo y Bernabé – y las rocas fueron arrojadas por las mismas personas en Listra que poco antes habían querido adorarlos.

Esta es una demostración dramática de lo voluble que puede ser una multitud. Su deseo de honrar a Pablo y Bernabé como dioses no duró mucho. Esto también nos muestra lo peligroso que es para cualquier líder espiritual cultivar o permitir una especie de culto al héroe. Las mismas personas que rinden este honor se sentirán terriblemente traicionadas cuando se demuestre que el líder es humano.

Impulsados por la turba de Antioquía e Iconio, apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad. Sin embargo, cuando los discípulos lo rodearon, se levantó. Pablo fue preservado milagrosamente aquí. Pero fíjese en lo que hizo Pablo cuando fue revivido: se levantó y entró en la ciudad. Pablo no huyo de la ciudad que lo apedreó. Por el contrario, regresó inmediatamente a ella.

Esta era la valentía de un hombre que no pensaba darse por vencido. Pablo estaba decidido a seguir adelante mientras Dios le diera fuerzas. Tenía la actitud que algunos cristianos posteriores mostraron a sus perseguidores: “Pueden matarnos, pero no pueden hacernos daño”.

La historia de Pablo comienza en Hechos, cuando participó en la lapidación del primer mártir cristiano – Esteban (Hechos 7:58-8:1). Mientras las piedras volaban hacia él en Listra, Pablo debió recordar esto. Sabía que Esteban se había ido al cielo, pero cuando Pablo no, entonces supo que tenía más trabajo que hacer. Él no se daría por vencido hasta que Dios lo detuviera.

Usted probablemente no se enfrentará a la misma persecución que Pablo, pero puede tener el mismo compromiso con Jesús – y por la gracia de Dios, el mismo espíritu inquebrantable. Pídale a Dios esto hoy.