Y oía Jacob las palabras de los hijos de Labán, que decían: Jacob ha tomado todo lo que era de nuestro padre, y de lo que era de nuestro padre ha adquirido toda esta riqueza. Miraba también Jacob el semblante de Labán, y veía que no era para con él como había sido antes. (Génesis 31:1-2)
El último versículo de Génesis 30 explica que, bajo la bendición de Dios, Jacob se convirtió en un hombre próspero y acaudalado. A menudo, cuando alguien alcanza la prosperidad, otros sienten envidia. Esto fue exactamente lo que ocurrió con Jacob. Al hacerse rico, los hijos de su suegro Labán comenzaron a llenarse de celos.
Impulsados por la envidia, los hijos de Labán mintieron acerca de Jacob y la causa de su prosperidad. Afirmaron: “Jacob ha tomado todo lo que era de nuestro padre”. Sin embargo, Jacob no había tomado nada que fuera de Labán. En realidad, la riqueza de Jacob crecía a un ritmo mucho más acelerado que la de Labán. El problema no era que Jacob robara; era que los hijos de Labán estaban consumidos por la envidia.
La envidia es un pecado profundo y peligroso que distorsiona la verdad. Aunque Jacob no había tomado nada de Labán, la envidia lleva a las personas a mentir. Así fue como los hijos de Labán afirmaron: “Jacob ha tomado todo lo que era de nuestro padre”.
Peor aún, la envidia de los hijos de Labán empezó a envenenar el corazón de Labán contra su yerno Jacob. Con el tiempo, el semblante de Labán… no era para con él como había sido antes. Antes, Labán estaba satisfecho con el acuerdo que había hecho con él (Génesis 30:34). Sin embargo, ahora, debido al veneno de la envidia, Labán ya no estaba conforme con ese acuerdo.
La envidia no es mala solo por sí misma, sino también por la compañía que atrae. Según 1 Corintios 3:3, la envidia suele ir de la mano con luchas, divisiones y una vida carente de espiritualidad. El egoísmo, la confusión y todo tipo de maldad acompañan a la envidia (Santiago 3:16). En contraste, el amor no tiene envidia (1 Corintios 13:4), y Dios desea librar a su pueblo de este pecado, pues lo considera parte del pasado del creyente, no de su presente (Tito 3:3).
La envidia no es un pecado menor. En cierto sentido, fue la envidia la que llevó a Jesús a la cruz. Cuando los líderes religiosos lo presentaron ante Poncio Pilato para que lo sentenciara a muerte, Pilato sabía que por envidia le habían entregado (Mateo 27:18).
Querido hermano o hermana en Cristo, ¿puedes examinar tu vida en busca del pecado de la envidia? ¿Te incomoda ver a otros disfrutando de bendiciones o prosperidad? ¿Anhelas con frecuencia lo que pertenece a otros? ¿Temes el éxito de quienes te rodean? ¿Encuentras satisfacción en el fracaso ajeno?
La envidia no es un pecado que deba tomarse a la ligera ni permitirse de ninguna manera. Dado que conocemos el poder destructivo de la envidia, debemos pedir al Espíritu de Dios que nos ayude a enfrentar este pecado con seriedad. Vivir libres de envidia es la verdadera libertad: poder regocijarse en el éxito y la prosperidad de los demás, así como aprender a sobrellevar nuestras propias temporadas de lucha.
Haz esta tu oración: Señor, escudriña mi corazón y líbrame del peligroso pecado de la envidia.
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