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Y decían el uno al otro: Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, pues vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no le escuchamos; por eso ha venido sobre nosotros esta angustia (Génesis 42:21).
Los hermanos de José lo trataron de la peor manera. Sus celos, aunque comprensibles, surgieron porque su padre mostraba abiertamente preferencia por él, el menor de todos. Lo odiaban tanto que llegaron a golpearlo y a venderlo como esclavo a unos mercaderes que viajaban hacia Egipto. Con los años, quizás su conciencia se había apaciguado, pero nunca se extinguió del todo.
Cuando enfrentaron problemas al intentar comprar grano en Egipto, los hermanos creyeron que aquel desastre era consecuencia del trato que habían dado a José muchos años antes. Su conciencia los acusaba: “Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, y estamos recibiendo lo que merecemos”.
¿Fue esto algo positivo? Es probable que sí. La rapidez con que relacionaron estos eventos con su antiguo pecado contra José demuestra que ese recuerdo les pesaba profundamente. Al fin y al cabo, no había una conexión lógica entre sus problemas actuales y el trato que dieron a José. Sin embargo, una conciencia culpable tiende a interpretar cada dificultad como el castigo de un pecado pasado.
El gobierno de los Estados Unidos tiene algo llamado el Fondo Federal de la Conciencia, donde las personas envían dinero para compensar el daño causado al gobierno por sus malas acciones. Algunos han enviado dinero tras llevarse mantas del ejército como recuerdos, evadir el pago de sellos postales o mentir en sus declaraciones de impuestos. No obstante, nuestras conciencias son notoriamente débiles o corruptas. Un hombre escribió una vez al IRS diciendo:
“Hice trampa con mis impuestos y no puedo dormir por las noches. Aquí envío un cheque por $100. Si sigo sin poder dormir, enviaré el resto que debo”.
Algunos han descrito la conciencia como el “reloj de sol del alma”. Al igual que un reloj de sol, la conciencia es confiable cuando hay luz, pero en la oscuridad resulta inútil. Por la noche, podrías alumbrar un reloj de sol con una linterna y hacer que marque cualquier hora que desees.
La conciencia humana es un don de Dios, pero no es infalible. Puede embotarse o volverse excesivamente sensible. Funciona mejor cuando está iluminada por la luz de la Palabra de Dios. Bajo esa luz, la conciencia se vuelve confiable y digna de confianza. De lo contrario, puede comportarse como un perro entrenado: un silbido y se pone de pie; dos silbidos y se da la vuelta; tres silbidos y se hace el muerto.
Cuando enfrentas dificultades, ¿piensas de inmediato que son consecuencia de algún pecado que has cometido? ¿Vives bajo el peso de una conciencia culpable? Jesús puede cambiar eso.
Hebreos 9:14 plantea la pregunta clave: ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?
Si hoy necesitas una limpieza de conciencia, habla con Jesús al respecto. Él es especialista en ese procedimiento.
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