Y Sarai mujer de Abram tomó a Agar su sierva egipcia, al cabo de diez años que había habitado Abram en la tierra de Canaán, y la dio por mujer a Abram su marido. Y él se llegó a Agar, la cual concibió; y cuando vio que había concebido, miraba con desprecio a su señora (Génesis 16:3-4).

Dios prometió a Abram y Sarai lo que deseaban desesperadamente y esperaban desde hacía mucho tiempo: un hijo. Después de esperar diez años, decidieron “ayudar” a Dios a cumplir su promesa utilizando a una esclava egipcia como versión antigua de una madre de alquiler. En esto, Abram y Sarai actuaron con incredulidad. En realidad, Abram no se casó con Agar, sino que actuó con ella como un hombre sólo debe actuar con su esposa. Este no era el camino correcto para Abram, el amigo de Dios y el hombre de fe. Dios tenía un camino diferente para él, pero Abram y Sarai no quisieron tomar ese camino.

La insensatez de ayudar a Dios

Abram y Sarai estaban tan desanimados que abordaron el problema de no tener hijos dejando a Dios fuera del asunto. Era como si dijeran: “Si sacamos a Dios de esta situación, ¿cómo resolvemos esto?”. Esto era erróneo por muchas razones.

– Dios nunca es removido de ninguna circunstancia.

– Los hombres y mujeres de fe deben caminar en fe, no en incredulidad.

– Los hombres y mujeres de fe deben vivir atentos al reino del espíritu, no sólo al mundo material.

Cuando un creyente intenta impacientemente cumplir las promesas de Dios con su propio esfuerzo, no consigue nada e incluso puede prolongar el tiempo hasta que se cumpla la promesa. Jacob tuvo que vivir como exiliado durante 25 años porque pensaba que tenía que encargarse de que se cumpliera la promesa de Dios para obtener la bendición de su padre (Génesis 28:1-5; 33:17-20). Moisés tuvo que cuidar ovejas durante 40 años en el desierto después de intentar hacer que se cumpliera la promesa de Dios asesinando a un egipcio (Éxodo 2:11-15; 3:1).

Es mejor recibir la ayuda de Dios que intentar ayudarle con nuestra propia sabiduría e incredulidad. Cuando la sierva concibió, las cosas no hicieron más que empeorar, especialmente para Sarai, la esposa de Abram. El embarazo de Agar parecía confirmar que la incapacidad de tener hijos era problema de Sarai, no de Abram. En una cultura que valoraba tanto la maternidad, el hecho de ser madre de un hombre rico e influyente como Abram le daba a Agar un estatus mayor y la hacía parecer más bendecida que Sarai.

Este es un buen recordatorio de que los resultados no bastan para justificar lo que hacemos ante Dios. No está bien decir: “Consiguieron un bebé. Debe haber sido la voluntad de Dios”. La carne para nada aprovecha (Juan 6:63), pero puede producir algo. Hacer cosas en la carne puede producir resultados, pero pueden ser resultados que pronto se lamentan.

Cualquier cosa que un hombre o una mujer intenten hacer sin Dios será un fracaso miserable, o un éxito aún más miserable.

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