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Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Efesios 4:2-3)

Efesios 4 da comienzo a una parte totalmente nueva de la carta de Pablo. Los tres primeros capítulos explican con glorioso detalle todo lo que Dios ha hecho por los creyentes, gratuitamente, por su gracia. A partir del capítulo 4, les dice a los creyentes cómo vivir correctamente, pero sólo después de haber explicado lo que Dios hizo por su pueblo en Jesucristo.

Mantener la unidad

Al considerar y recibir todo lo que Dios ha hecho por nosotros, debemos vivir con toda humildad y mansedumbre, no con un deseo prepotente de defender nuestros propios derechos y promover nuestra propia agenda. Antes del cristianismo, la palabra humildad siempre tuvo una mala asociación. En la mente de muchos sigue siéndolo, pero es una gloriosa virtud cristiana (Filipenses 2:1-10). Significa que podemos ser felices y estar contentos cuando no tenemos el control ni dirigimos las cosas a nuestra manera.

Al considerar y recibir todo lo que Dios ha hecho por nosotros, debemos tener paciencia y soportarnos unos a otros. Necesitamos esto para que los inevitables errores que ocurren entre las personas de la familia de Dios no vayan en contra del propósito de Dios de unir todas las cosas en Jesús, ilustrado a través de su obra actual en la Iglesia.

Al considerar y recibir todo lo que Dios ha hecho por nosotros, debemos esforzarnos por guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Esta actitud humilde y paciente de los unos hacia los otros cumple de forma natural este don de la unidad del Espíritu.

Hay que tener en cuenta que debemos esforzarnos por mantener esta unidad, no crearla. Dios nunca ordena a los creyentes que creen la unidad entre ellos. Dios la ha creado por medio de su Espíritu; nuestro deber es reconocerla y mantenerla.

Se trata de una unidad espiritual, no necesariamente de una unidad estructural o denominacional. Es evidente en la rápida comunión posible entre cristianos de diferentes razas, nacionalidades, lenguas y clases sociales.

Podemos entender esta unidad del Espíritu comprendiendo lo que no es. No es la unidad de la mentira, ni del mal, ni de la superstición, ni la unidad que se acobarda bajo la tiranía espiritual. No es la unidad de la geografía, como si todos los cristianos de una ciudad tuvieran que estar reunidos semanalmente en el mismo edificio para que esto se cumpla. No es la unidad del gobierno de la iglesia o de los arreglos denominacionales.

Esta es la unidad del Espíritu y las falsas formas de unidad trabajan en contra de la verdadera. Estamos seguros de que esta unidad se encuentra en Jesucristo, por el Espíritu de Dios. A medida que los verdaderos creyentes nacidos de nuevo, de diferentes orígenes y experiencias, se acerquen cada vez más a Jesús, también se acercarán los unos a los otros. Jesucristo es la fuente de nuestra unidad; Él es quien derribó todo muro (Efesios 2:14).

Jesús compró esta poderosa unidad a un gran precio: con su propia sangre. Creyente, ¿qué estás haciendo para mantener esta unidad?

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