Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes. Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, ya sea de trigo o de otro grano; pero Dios le da el cuerpo como él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo (1 Corintios 15:35-38).

Los cristianos de Corinto querían saber cómo resucitarán los muertos. La respuesta es obvia: Dios resucita a los muertos. Como dijo el apóstol Pablo a Agripa en Hechos 26:8: ¿Se juzga entre vosotros cosa increíble que Dios resucite a los muertos?

Plantar semillas

Los cristianos de Corinto también querían saber, ¿con qué cuerpo vendrán? Pablo respondió a esta pregunta con la analogía de la semilla y les explicó que nuestros cuerpos son como “semillas” que “crecen” hasta convertirse en cuerpos de resurrección. Cuando se entierra el cuerpo de un creyente, se está sembrando una semilla que saldrá de la tierra como cuerpo de resurrección. Esto significa que el cristiano ve la muerte de una manera totalmente diferente.

A nadie le gusta el sonido de la tapa del ataúd al cerrarse, y al agricultor no le gusta el acto de esparcir la semilla en la tierra fría y seca sólo porque sí. Sin embargo, ningún agricultor llora cuando siembra su semilla, porque siembra con la confianza genuina de una cosecha futura. En la tumba abierta, el cristiano debe tener la misma confianza cuando la “semilla” es “plantada”. En el Señor, nuestros seres queridos no se pierden; se siembran.

La analogía de la semilla nos da más que esperanza; también nos ayuda a entender la naturaleza de nuestro cuerpo de resurrección. Pablo lo describe así: Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir…. pero Dios le da el cuerpo como él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo. Cuando se siembra una semilla de trigo, no sale una gran semilla de trigo. En cambio, crece un tallo de trigo. Así que, aunque nuestros cuerpos de resurrección provienen de nuestros cuerpos actuales, no debemos esperar que sean los mismos cuerpos que antes, ni siquiera sólo cuerpos mejorados. Estarán verdaderamente conectados a nuestros cuerpos actuales, pero en una forma más gloriosa que nunca.

El cuerpo de resurrección de Jesús estaba conectado a su cuerpo anterior en apariencia y naturaleza material general, no era un fantasma. Sin embargo, su cuerpo resucitado era algo más que una versión mejorada de su cuerpo anterior. Algo había cambiado fundamentalmente en su naturaleza, porque fue descrito como un cuerpo de carne y hueso en lugar de la frase mucho más típica “cuerpo de carne y sangre” (Lucas 24:39). Jesús permanece en su gloria resucitada sin envejecer ni disminuir sus fuerzas, y eso es algo completamente fuera del mundo de estos cuerpos que conocemos actualmente.

Dios ha salvado, está salvando y salvará a aquellos que confían en Jesús, y los salvará por completo: cuerpo, alma y espíritu.