Entonces dijo Jacob a Simeón y a Leví: Me habéis turbado con hacerme abominable a los moradores de esta tierra, el cananeo y el ferezeo; y teniendo yo pocos hombres, se juntarán contra mí y me atacarán, y seré destruido yo y mi casa (Génesis 34:30).

Génesis 34 relata uno de los episodios más violentos y vergonzosos del libro de Génesis. Indignados por el ultraje cometido contra su hermana a manos de un príncipe cananeo, Simeón y Leví recurrieron al engaño, la traición y una violencia desmesurada para arrasar con toda una ciudad de cananeos.

Hicieron todo esto sin el consentimiento ni el conocimiento de su padre Jacob. Cuando Jacob se enteró, se enfrentó a Simeón y Leví, pero con debilidad. Les dijo: “Me habéis turbado con hacerme abominable”. En respuesta a la terrible masacre y saqueo de Siquem, Jacob parecía estar preocupado solo por sí mismo y por el peligro de represalias contra su pequeña familia (su queja fue: “teniendo yo pocos hombres”). No mostró ninguna preocupación por el bien y el mal, ni por la justicia divina, ni por la muerte y el saqueo de inocentes.

Barnhouse señala que el engaño de Simeón y Leví se gestó sobre los cimientos del propio mal testimonio y las concesiones de Jacob. Ellos habían observado cómo su padre transigía y engañaba a otros cuando le resultaba conveniente, así que siguieron su ejemplo. Barnhouse también comenta que Jacob debería “hablar con Dios sobre su propio pecado antes de hablar con estos muchachos sobre el de ellos”.

Simeón y Leví estaban comprensiblemente indignados por el maltrato y la humillación sufridos por su hermana Dina. Sin embargo, nada de eso justificaba sus actos malvados: asesinatos en masa, esclavización de mujeres y niños, y robo mediante el saqueo.

Cuando Jacob estaba a punto de morir, profetizó sobre sus doce hijos. Esto fue lo que dijo acerca de Simeón y Leví: Simeón y Leví son hermanos; armas de iniquidad sus armas… Maldito su furor, que fue fiero; y su ira, que fue dura. Yo los apartaré en Jacob, y los esparciré en Israel (Génesis 49:5, 7). Jacob los vio tal como eran, pero los reprendió demasiado tarde.

Aquella palabra profética de Dios a través de Jacob se cumplió. En efecto, Dios dividió a las tribus de Simeón y Leví y las dispersó entre Israel. Sin embargo, lo significativo es que la manera en que esto ocurrió para cada tribu fue distinta.

La tribu de Simeón, debido a su falta de fidelidad, se disolvió como tribu y fue absorbida por el territorio de Judá.

La tribu de Leví también fue dispersada, pero, debido a su fidelidad durante la rebelión del becerro de oro (Éxodo 32:26-28), esta dispersión se convirtió en una bendición para toda la nación de Israel.

Ambas fueron esparcidas, pero una lo fue como bendición y la otra como maldición.

Cuando Dios trae su corrección a nuestra vida, podemos recibirla como una bendición o como una maldición. Si te humillas con sinceridad bajo la poderosa mano de Dios, su disciplina puede convertirse en una bendición.

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