Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación (2 Corintios 1:5).
Muchas personas sienten que deben exagerar sus dificultades. Para ellos, nunca pasa nada pequeño; cada inconveniente es una pesada cruz que soportar, y suponen que la llevan por Jesús. El apóstol Pablo no era de esa clase de hombres; hablaba de su sufrimiento con desgana y en términos subestimados. Así que, cuando Pablo escribió: abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, lo decía en serio. Pablo tuvo una vida llena de sufrimientos, como palizas, latigazos, lapidaciones, encarcelamientos, naufragios, hambre, sed, insomnio y mucho más (2 Corintios 11:23-28). Sin embargo, Pablo sabía que todos sus sufrimientos eran realmente las aflicciones de Cristo.
Es una afirmación impactante. Casi queremos corregir al Apóstol: “Pablo, esos son tus sufrimientos, no los sufrimientos de Cristo”. Sin embargo, la vida de Pablo estaba tan completamente identificada en Jesús que si era bendecido, era la bendición de Cristo. Si sufría, eran las aflicciones de Cristo. No todas las dificultades que enfrentamos pueden ser pensadas como los sufrimientos de Cristo. Si un creyente sufre por estar en pecado, por ser necio o por no amar a los demás, eso no es sufrimiento por seguir el camino de Jesús. Pedro conocía la distinción entre los dos tipos de sufrimiento cuando escribió: ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello (1 Pedro 4:15-16).
Pablo sabía algo sobre la gloria de Dios en el sufrimiento. De hecho, Pablo conocía bien ambos lados: los sufrimientos y la consolación. Podía decir: así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. Porque los sufrimientos de Pablo eran las aflicciones de Cristo, Jesús no estaba distante de Pablo en ninguna dificultad. Estaba allí mismo, identificándose con el apóstol y consolando a Pablo. Parece que cuanto más caluroso es el día, mayor es el rocío de la noche. Del mismo modo, cuanto más caluroso es el tiempo de angustia, mayor es el rocío refrescante que llega al pueblo de Dios.
Podemos contar con ello: cuando abundan los sufrimientos, abunda también nuestra consolación. Jesús está ahí para traer consolación si queremos recibirla. De hecho, Dios es llamado el Dios de toda consolación en este mismo capítulo (2 Corintios 1:3). Dios tiene toda clase de consuelo para su pueblo en toda clase de dificultades.
Por lo tanto, el principio se mantiene: Abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. Dios puede permitir situaciones en nuestra vida donde nuestra única consolación se encuentra a través de Cristo. A veces pensamos que solo podemos encontrar consolación en un cambio de circunstancias, pero Dios quiere consolarnos justo en nuestras circunstancias difíciles y quiere hacerlo a través de Cristo. Jesús nos habló del mismo principio en Juan 16:33: En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.
¿Son abundantes los sufrimientos? Atrévete a pedir a Dios consuelo abundante.