Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud (Gálatas 5:1).
Pablo lo deja claro: Jesús nos hace libres, pero debemos tener cuidado de no volver a caer en la esclavitud. ¿Cómo podemos caer en la esclavitud?
Hace mucho tiempo, dos hermanos luchaban por un pedazo de tierra en lo que hoy es Bélgica. El hermano mayor se llamaba Raynald, pero todos le llamaban “Craso”, un apodo latino que significa “gordo”, porque tenía un sobrepeso terrible. Tras una dura batalla, Eduardo, el hermano menor de Raynald, le arrebató sus tierras. Pero Eduardo no mató a Raynald. En su lugar, hizo construir una habitación en el castillo alrededor de “Craso”, una habitación con una sola puerta estrecha. La puerta no estaba cerrada, las ventanas no tenían barrotes, y Eduardo prometió a Raynald que podría recuperar sus tierras y su título cuando quisiera. Lo único que tenía que hacer era salir de la habitación. El obstáculo para la libertad no era la puerta ni las ventanas, sino el propio Raynald. Tenía tanto sobrepeso que no cabía por la puerta. Lo único que tenía que hacer Raynald era ponerse a dieta y salir como un hombre libre.
Sin embargo, su hermano menor siguió enviándole sabrosos manjares, y el deseo de Raynald de ser libre nunca se impuso a sus ganas de comer. Algunos acusaron a Eduardo de ser cruel con su hermano, pero él simplemente respondía: “Mi hermano no es un prisionero. Puede irse cuando quiera”. Pero Raynald permaneció en aquella habitación durante diez años, hasta que el propio Eduardo murió en batalla.
Este es un cuadro dramático de cómo viven muchos cristianos. Jesús los ha liberado legalmente para siempre, y pueden caminar en esa libertad del pecado cuando quieran. Pero como siguen cediendo sus deseos corporales al servicio del pecado, viven una vida de derrota, desaliento y aprisionamiento. Debido a la incredulidad, la autosuficiencia o la ignorancia, muchos cristianos nunca viven en la libertad por la que Cristo pagó en la cruz.
El evangelista D. L. Moody solía hablar de una anciana negra en el Sur después de la Guerra Civil. Al ser una exesclava, se sentía confundida acerca de su estatus y preguntó: “¿Y ahora soy libre o no lo soy? Cuando voy a ver a mi antiguo amo, él dice que no soy libre, y cuando voy a ver a mi propia gente, ellos dicen que sí lo soy, y yo no sé si soy libre o no. Algunas personas me dijeron que Abraham Lincoln firmó una proclamación, pero el amo dice que no lo hizo; que Lincoln no tenía ningún derecho a hacerlo”.
Ese es exactamente el lugar en el que se encuentran muchos cristianos. Ellos son, y han sido, legalmente liberados de su esclavitud al pecado, sin embargo, no están seguros de esa verdad. Y por supuesto, nuestro “viejo amo” siempre está tratando de convencernos de que no somos libres de su dominio.
En este día, no escuches a tu viejo amo. Haz todo lo posible por caminar en la libertad para la que Jesús te ha liberado.
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