Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? Él dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él (Hechos 8:29-31).
El Espíritu Santo dirigió a un siervo entre los primeros cristianos a dejar una obra exitosa en Samaria e ir a un desierto desolado. Una vez allí, Felipe vio un carro que transportaba a un hombre importante – un hombre judío de Etiopía. Este hombre tenía una posición importante en el gobierno de la Reina de Etiopía y regresaba de una visita a Jerusalén.
El Espíritu Santo que llevó a Felipe al desierto le dijo: “Acércate y júntate a ese carro”. Se requirió de mucho valor para hacerlo, pero Felipe hizo lo que el Espíritu le dijo que hiciera. El etíope era un hombre rico, un hombre de poder y, al menos en cierto modo, una celebridad. Sin embargo, Felipe sabía que este hombre necesitaba a Jesús tanto como cualquier otra persona.
A menudo nos retraemos de hablar con valentía acerca de Jesús, y el mundo nos dice que no debemos hablar de esas cosas. Pero el mundo no duda en predicarnos su propio mensaje. Deberíamos ser tan audaces con el mundo acerca de Jesús como el mundo es audaz con nosotros acerca del pecado.
Al acercarse, Felipe le oyó que leía porque era común en el mundo antiguo leer en voz alta. Al escuchar, Felipe supo que el etíope estaba leyendo al profeta Isaías.
Felipe supo que Dios le había dado una puerta abierta, un corazón preparado. Claramente, Dios había arreglado esta reunión. Felipe fue eficaz como evangelista porque sabía fluir con lo que el Espíritu Santo quería hacer. Fue verdaderamente guiado por el Espíritu, no por sus propios caprichos y sentimientos.
Felipe luego hizo una pregunta importante: “¿entiendes lo que lees?”. Era bueno para el etíope leer la biblia, pero a menos que se le trajera entendimiento, había poco beneficio de su lectura. Pero Dios había traído a alguien (Felipe) para traer entendimiento.
El hombre etíope respondió: “¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?”. Esta es la pregunta adecuada para cualquiera que quiera entender la biblia. Nunca debemos sentirnos mal si necesitamos que nos enseñen antes de que podamos entender muchas cosas.
Aquí hay dos principios para entender mejor su biblia. Primero, encontrar buenos maestros. Es maravilloso cuando llegamos a comprender las grandes verdades de la biblia por nosotros mismos, pero este pasaje nos muestra que Dios también tiene un lugar y un propósito para los maestros entre los seguidores de Jesús.
Segundo, para obtener más comprensión de nuestras biblias, debemos sumergirnos. Las mariposas deambulan sobre las flores en el jardín y no logran nada, pero las abejas se sumergen directamente en la flor y se llevan el alimento esencial. No obtendremos nada si solamente nos acercamos a nuestras biblias; debemos sumergirnos de lleno.