Entonces Judá los reconoció, y dijo: Más justa es ella que yo, por cuanto no la he dado a Sela mi hijo. Y nunca más la conoció (Génesis 38:26).

Una de las características más destacadas de la Biblia es cómo presenta con tanta honestidad al pueblo de Dios, incluso a los que fueron considerados héroes entre ellos.

Cuando las cosas empeoran

Noé, el gran hombre de fe y acción: borracho y en desgracia.
Abraham, el padre de los fieles: escondido tras su esposa y sus mentiras.
Isaac, el hijo elegido: ignoró la palabra de Dios y se preocupó solo por lo material.
Jacob, el padre de Israel: engañó a otros para su propio beneficio.
Moisés, el gran legislador: representó mal a Dios de manera notable.
David, el hombre conforme al corazón de Dios: un asesino y adúltero.

Génesis 38 es un capítulo especialmente honesto, que narra una historia de la vida de Judá, hijo de Jacob y padre de una de las grandes tribus de Israel. Aquí vemos que los hijos de Judá no dieron descendencia a Tamar, la viuda del hijo mayor de Judá.

Judá se negó a hacer lo correcto con Tamar y agravó su pecado al contratarla involuntariamente como prostituta. Como resultado, Tamar quedó embarazada, lo que provocó que Judá ordenara que la mataran. Fue entonces cuando Tamar, con astucia, reveló quién era el padre del niño que llevaba en su vientre: el propio Judá.

Al final, Judá confesó que Tamar había sido más justa que él, pues no cumplió con lo que era justo y habitual en esa cultura: ordenar a su hijo menor que se casara con Tamar para darle descendencia que llevara el nombre de su hermano mayor, ya fallecido.

Esta historia desagradable y poco halagadora de Judá y Tamar refleja cómo la corrupción de los cananeos llegó a afectar a los hijos de Israel y sus familias. Cuanto más tiempo permanecieran en Canaán, más se asemejarían a los cananeos.

Era una familia destinada a la corrupción y a la asimilación por parte de la depravada cultura cananea. Si seguían el camino descrito en Génesis 38, en pocas generaciones no quedaría más familia de Israel, sería otra más absorbida por un grupo étnico más débil, y cuya moralidad ya estaba gravemente comprometida.

¿Qué rescataría a Israel del camino de la perdición? Dios actuó de dos maneras principales. Primero, a través de José y las grandes injusticias cometidas contra él. Segundo, mediante una gran hambruna que afligió a toda la región.

A través de José, Dios llevaría a cabo un plan para sacar a esta familia de Canaán, trasladarla a una cultura que la aislaría y permitir que creciera, de ser una familia numerosa, a convertirse en una nación significativa a lo largo de varias generaciones. Génesis 38 es otro testimonio de que el plan de Dios era esencial para la supervivencia de Israel como pueblo del pacto.

Como creyentes, nos enfrentamos a tiempos de dificultades y crisis. Nuestras debilidades y fracasos a veces parecen arruinarlo todo. A menudo debemos afrontar las consecuencias de nuestro pecado, pero a pesar de todo, Dios está llevando a cabo su plan. Nuestras fallas no lo sorprenden ni arruinan necesariamente sus planes para nosotros. Dios tiene el control, incluso cuando las cosas empeoran.

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