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Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto (Romanos 7:8).

Romanos 7 ilustra poderosamente la debilidad de la ley de Dios cuando se trata de resolver nuestro problema de pecado. De hecho, el pecado dentro de nosotros tiene una manera de tomar ocasión por el mandamiento. Pablo describe la forma en que la advertencia “¡No hagas eso!” puede convertirse en un llamado a la acción a causa de nuestros corazones pecaminosos y rebeldes. No es culpa del mandamiento, es culpa nuestra.

La pecaminosidad del pecado

En su libro Confesiones, Agustín, el gran teólogo de la Iglesia antigua, describió cómo se desarrolló esto en su vida cuando era joven. Parafrasearé un fragmento de su conocido libro: “Había un peral cerca de nuestro viñedo, repleto de fruto. Una noche de tormenta, nosotros, jóvenes revoltosos, planeamos robar las peras. Arrancamos una gran cantidad de ellas, no para comérnoslas, sino para echárselas a los cerdos, pero comimos lo suficiente como para sentir el placer del fruto prohibido. Eran buenas peras, pero no eran las peras lo que mi miserable alma ansiaba, pues tenía muchas mejores en casa. Cogí aquellas peras sólo para robarlas. El único festín que conseguí fue un festín de iniquidad, y lo disfruté plenamente. ¿Qué era lo que me gustaba de robar? ¿Era el placer de actuar contra la ley? El deseo de robar despertaba simplemente por el hecho de que estaba prohibido robar”.

Lo que Agustín escribió sobre las peras tiene mucho sentido. Una vez que Dios nos traza un límite, inmediatamente sentimos la tentación de cruzar ese límite, lo cual no es culpa de Dios ni de su límite, sino de nuestros corazones pecadores.

Así, el pecado dentro de nosotros puede tomar ocasión por el mandamiento. La debilidad de la ley no está en la ley: está en nosotros. Nuestros corazones son tan malvados que pueden tomar ocasión para toda codicia incluso de algo bueno como la ley de Dios.

Había un hotel en la playa de Florida preocupado de que la gente pescara desde los balcones. Pusieron carteles: “PROHIBIDO PESCAR DESDE EL BALCÓN”. Después de eso, tuvieron constantes problemas con gente que pescaba desde los balcones, que con sedales y plomadas rompían ventanas y molestaban a otros huéspedes. Finalmente resolvieron el problema simplemente quitando los carteles, y a nadie se le volvió a ocurrir pescar desde los balcones.

Debido a nuestra naturaleza caída, la ley puede acabar funcionando como una invitación al pecado. Esto muestra cuán grande es la maldad del pecado – puede tomar algo bueno y santo como la ley de Dios y tergiversarla para promover el mal. El pecado deforma el amor en lujuria, el deseo honesto de proveer para la familia en avaricia, y la ley en algo que termina incitando al pecado.

Tal y como Pablo nos muestra en Romanos, por eso necesitamos a Jesús. La ley de Dios es buena y tiene su propósito. Pero sólo Jesús puede resolver nuestro problema de pecado. Acude hoy a Él.