Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado (1 Corintios 2:1-2).
En Hechos 18 se describe la llegada de Pablo a Corinto. Llegó y conoció a una pareja de cristianos llamados Aquila y Priscila, que eran de oficio fabricantes de tiendas (“curtidores”), como Pablo. Pablo sirvió en Corinto durante más de un año y medio, en todo ese tiempo estuvo ganándose su propio sustento (Hechos 18:3).
En los tiempos de Pablo, Corinto era ya una ciudad antigua, un importante centro de comercio. Debido a su ajetreada economía y a sus numerosos visitantes, Corinto tenía una notable reputación de vida libertina y, sobre todo, de inmoralidad sexual. En griego clásico, actuar como un corintio significaba ser sexualmente inmoral, y una acompañante de Corinto era una prostituta. Esta inmoralidad estaba permitida (incluso se fomentaba) bajo el culto ampliamente popular de Afrodita (también conocida como Venus, la diosa de la fertilidad y la sexualidad).
Cuando Pablo llegó a tan desafiante campo de ministerio, hizo lo único que podía hacer: predicar a Jesucristo, y a este crucificado. Sólo Jesús podía ser la respuesta para un lugar tan inmoral. Predicar para entretener no funcionaría. Predicar el evangelio de la autoayuda no ayudaría. Los mensajes de la salvación por buenas obras o intenciones nobles no cambiarían vidas.
Por eso Pablo no llegó a Corinto como filósofo o vendedor, preocupado por la excelencia de sus palabras. Pablo llegó como testigo (anunciaros el testimonio de Dios). Pablo era un hombre inteligente que podía razonar y debatir persuasivamente, pero no utilizó ese enfoque al predicar el evangelio. El tomó la decisión consciente (me propuse) de poner el énfasis en Jesucristo, y a este crucificado. Pablo era un embajador, no un vendedor.
Al tomar este enfoque, Pablo entendía que no se adaptaba a lo que su audiencia quería. Ya sabía que los judíospedían una señal y los griegos buscaban sabiduría (1 Corintios 1:22), pero no le importaba. Él se había propuesto a predicar a Jesucristo, y a este crucificado.
Si un predicador no tiene cuidado, se interpondrá en el camino del evangelio en lugar de ser un servidor de éste. Pablo podía decir: “No sé cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado”.
Hay una historia de una niña que iba a una iglesia tradicional con su familia cada semana. La iglesia tenía vitrales, y había hermosas imágenes de diferentes personajes bíblicos en la ventana detrás del predicador. Un día, un hombre de muy baja estatura fue el predicador invitado, y como su altura era mucho menor, la niña pudo ver el vitral con la imagen de Jesús detrás del invitado. Ella quiso saber dónde se encontraba el pastor habitual, así que preguntó: “¿Dónde está el hombre que suele pararse en el púlpito de modo que no podemos ver a Jesús?”. Tanto si eres predicador como si no, asegúrate de no obstaculizar el camino a Jesús. Proclama a Jesucristo, y a este crucificado.