Pero carne con su vida, que es su sangre, no comeréis (Génesis 9:4).
Cuando Noé salió del arca, Dios le entregó mandatos pertinentes para el mundo después del diluvio. Dios le otorgó a Noé el mismo tipo de mandato que había dado a Adán al principio de la creación: “fructificad y multiplicaos” (Génesis 1:28), ya que, en cierto sentido, Noé estaba comenzando de nuevo.
Noé también recibió un permiso específico para consumir animales, un permiso que no se le había dado a Adán, al menos según lo que sabemos. La Biblia no nos proporciona una explicación clara de por qué Dios permitió a la humanidad consumir carne de animales después del diluvio. Es posible que esto se debiera a que la tierra se volvió menos productiva para la agricultura después del diluvio, teniendo en cuenta los cambios ecológicos mencionados en Génesis 9:1-3 y 8:22. Quizás la carne se convirtió en una fuente nutricional vital para la humanidad después del diluvio de una manera que no lo era antes del mismo.
Dios también estableció la orden de que, si se iban a sacrificar y consumir animales, debía existir un respeto adecuado por la sangre, que representa el principio vital (ver Levítico 17:11-14 y Deuteronomio 12:23). Este respeto por la sangre no se fundamenta en el misticismo o la superstición, sino en el reconocimiento de que la sangre simboliza la vida del ser, ya sea animal o humano. Cuando se derrama sangre, se derrama vida.
La importancia de la noción de la sangre en la Biblia queda claramente demostrada por su alta frecuencia de uso. Esta palabra se emplea 424 veces en 357 versículos distintos, según la Nueva Versión King James
Se podría decir que la sangre está presente en toda la Biblia:
- La sangre fue el símbolo de la misericordia para Israel en la primera Pascua (Éxodo 12:13).
- La sangre selló el pacto de Dios con Israel (Éxodo 24:8).
- La sangre santificaba el altar de bronce para los sacrificios (Éxodo 29:12).
- La sangre consagró a los sacerdotes, apartándolos para el servicio (Éxodo 29:20).
- La sangre expiaba el pecado del pueblo de Dios (Éxodo 30:10).
- La sangre selló el nuevo pacto (Mateo 26:28).
- La sangre justifica a los creyentes (Romanos 5:9).
- La sangre trae redención (Efesios 1:7).
- La sangre trae paz con Dios (Colosenses 1:20).
- La sangre limpia a los creyentes (Hebreos 9:14, 1 Juan 1:7).
- La sangre da acceso al pueblo de Dios a su lugar santo (Hebreos 10:19).
- La sangre santifica al cristiano (Hebreos 13:12).
- La sangre permite a los creyentes vencer a Satanás (Apocalipsis 12:11).
Algunas personas leen todo esto y piensan: “Dios debe ser un monstruo sediento de sangre, algo sacado de una película de terror”. Pero nada más lejos de la realidad. La clave se encuentra en dos principios.
Primero, la sangre está intrínsecamente ligada a la vida (Levítico 17:11). Cuando se pierde sangre, se corre el riesgo de perder la vida. El derramamiento de sangre suele ser sinónimo del derramamiento de una vida.
En segundo lugar, esto señala hacia el acto supremo de entrega de vida: el sacrificio de Jesucristo, cuya vida derramada logró la redención para el pueblo de Dios.
Incluso en la actualidad, la sangre debe ser respetada y tratada con honor. Pero lo más significativo es la sangre de Cristo; su vida derramada significa vida nueva para todos los que confían, se apoyan y se aferran a Jesús y a toda su obra redentora en la cruz y en su resurrección.
Hoy, damos gracias a Dios por el valor inestimable de la sangre: la sangre de Cristo.
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