Somos sus testigos

Somos sus testigos

El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen (Hechos 5:30-32).

Una vez más, los apóstoles se presentaron ante un consejo de hombres poderosos que les ordenó que dejaran de hablar de Jesucristo. Tal vez sea mejor decir que era un consejo de hombres que tenían la apariencia de ser poderosos. Realmente, el poder de Dios se manifestó aquí, se vio en su valiente respuesta.

Somos sus testigos

Primero, Pedro (hablando en nombre de todos los apóstoles) le dijo al concilio que obedecerían a Dios antes que a los hombres (Hechos 5:29).

Luego, Pedro y los apóstoles proclamaron la verdad del evangelio, comenzando con la resurrección y crucifixión de Jesús: El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero.

Pedro se refirió a la cruz como un madero porque extrajo una asociación de Deuteronomio 21:22-23, donde dice que una persona colgada de un madero es maldecida por Dios. Pedro llamó la atención sobre el trágico crimen del rechazo de ellos a Jesús, y señaló que lo mataron de la peor manera posible, tanto desde una perspectiva romana (en la cruz) como desde una perspectiva judía (la asociación del madero).

Este fue un testimonio fiel al fundamento de la fe cristiana. Pedro habló de

–La culpa del hombre  (Jesús, a quien vosotros matasteis).
– La muerte de Jesús (colgándole en un madero).
– La resurrección de Jesús (El Dios de nuestros padres levantó a Jesús).
– La ascensión de Jesús al cielo ( A éste, Dios ha exaltado con su diestra).
– La responsabilidad del hombre de responder (para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados).

Todas estas cosas son hechos simples y directos. Fueron verificados personalmente por estos hombres, los apóstoles y otros. Con sus propios ojos y oídos sabían que Jesús fue crucificado, resucitado y ascendido a la gloria. Para estos hombres, no había dudas ni cuestionamientos. Realmente sucedió. Ellos lo presenciaron. El Espíritu Santo lo confirmó. Este fue su testimonio.

Alguien contó una vez una historia sobre el juicio judicial de un ladrón de bancos. La fiscalía presentó a varios testigos que dijeron haber visto a ese hombre robar el banco. El criminal protestó: “¡Eso no es nada! ¡Puedo encontrarles el doble de personas que no me vieron robar el banco!”. Sin embargo, los que no estuvieron allí y no vieron lo que pasó no podían borrar el testimonio de los que sí lo vieron.

A su manera, ¿puede usted también decirlo? Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo. Usted no vio personalmente a Jesús crucificado, resucitado y ascendido – pero tiene el testimonio confiable de aquellos que sí lo vieron. Usted tiene el testimonio del mismo Espíritu Santo en su corazón.

Con todo eso, ¡que seamos testigos suyos con tanta valentía como Pedro y los apóstoles!

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