Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió (Mateo 9:9).
En Mateo 9:9 conocemos al autor de este evangelio: Mateo. Marcos 2:14 señala que también era conocido como Leví hijo de Alfeo. Mateo 10:3 menciona a otro discípulo que también era hijo de Alfeo. Es posible que entre los doce discípulos de Jesús hubiera tres pares de hermanos: Pedro y Andrés (hijos de Jonás), Jacobo y Juan (hijos de Zebedeo), y Mateo y Jacobo (hijos de Alfeo).
Mateo era único entre los discípulos, pues trabajaba en el banco de los tributos. En aquel tiempo —como también sucede hoy— pocos sentían simpatía por quien ocupaba ese puesto.
El pueblo judío consideraba —con razón— a los recaudadores de impuestos como traidores, pues trabajaban para el gobierno romano y se apoyaban en la fuerza de los soldados para obligar a la gente a pagar. Eran, sin duda, colaboradores visibles del dominio romano.
También los consideraban —con justa razón— como extorsionadores, ya que se les permitía quedarse con todo lo que cobraran de más. Los recaudadores competían entre sí por obtener el contrato de recaudación; por ejemplo, varios podían disputar el derecho a cobrar impuestos en una ciudad como Capernaúm. Los romanos concedían el contrato al postor más alto. Ese hombre recaudaba, pagaba a Roma lo que había prometido y se quedaba con el excedente. Así, existía un poderoso incentivo para cobrar de más y recurrir a cualquier engaño. Todo era ganancia para ellos.
Jesús se acercó a aquel hombre, sentado en su mesa de recaudación, y le dijo: “Sígueme”. No sabemos si antes se habían visto o hablado, pero este fue el momento decisivo: el llamado de Mateo. Ante él se abría una elección: quedarse en su puesto o dejarlo todo para seguir a Jesús como su rabí y maestro.
En cierto sentido, su sacrificio fue mayor que el de otros discípulos. Pedro, Jacobo y Juan podían regresar con relativa facilidad a su oficio de pescadores; pero para Leví, volver a la recaudación de impuestos no sería tan sencillo.
Considerando el desprecio general hacia los recaudadores, resulta notable ver cómo Jesús amó a Mateo y lo llamó. Fue un amor bien dirigido: Mateo respondió a la invitación dejando atrás su oficio para seguir a Jesús. Con el tiempo, escribiría este mismo evangelio. Podría decirse que lo dejó todo en el banco de los tributos, salvo una cosa: su pluma. La pluma que antes usaba para registrar pagos y emitir recibos ahora serviría para narrar la historia de Jesús.
Quien decide seguir a Jesús debe estar dispuesto a dejarlo todo. Sin embargo, Dios suele usar aquello que ya sabemos hacer, o en lo que hemos sido formados, para glorificarse y avanzar en su obra. Siguiendo el ejemplo de Mateo: sigue a Jesús, pero lleva contigo tu pluma.
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