Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá (Romanos 1:17).

En agosto de 1513, un monje alemán que enseñaba en un seminario se encontraba dando clases sobre el libro de los Salmos, pero su vida interior solo era confusión. Mientras estudiaba, se encontró con el Salmo 31:1: Líbrame en tu justicia. El pasaje lo desconcertó; ¿cómo podía la justicia de Dios hacer algo distinto a condenarlo al infierno como merecido castigo por sus pecados? El monje había recibido formación legal antes de entrar en el monasterio, así que sabía lo que significaba que Dios es un juez justo, un juez que ciertamente condenaría a los culpables.

La justicia de Dios de nuestro lado

Al reflexionar sobre esto, la mente del monje volvía una y otra vez a Romanos 1:17, que dice que en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá (la última parte es una cita de Habacuc 2:4). Entonces el monje dijo: “Noche y día reflexioné hasta que… comprendí la verdad de que la justicia de Dios es aquella por la que, por gracia y pura misericordia, somos justificados por la fe. Por lo tanto, sentí que había vuelto a nacer y que había entrado por puertas abiertas al paraíso…. Este pasaje de Pablo se convirtió para mí en una puerta al cielo”. El monje alemán se llamaba Martín Lutero, quien, al comprender la buena nueva de la justicia por fe, nació de nuevo y así la reforma comenzó en su corazón.

Mucha gente ni siquiera piensa en Dios como alguien justo. Asumen que Dios simplemente perdonará todo el pecado porque es alguien que perdona. Tal vez Dios se enoja por algunas cosas, pero no por todo lo que hacen.

Dios es amor; pero también es un juez completamente recto: es justo e imparcial. Y no es justo dejar ir al culpable. Si alguien es culpable, la justicia de Dios parece solo condenarlo. Por lo tanto, si Dios es completamente justo, no parece que esta justicia sea nuestra amiga.

Pero aquí está la buena noticia del evangelio: Dios se ha encargado con justicia de nuestro pecado al poner sobre Jesús el castigo que merecemos. Nuestro pecado es justa y merecidamente castigado, pero es juzgado en Jesús, no en nosotros.

Debido a esto, la justicia de Dios es ahora nuestra amiga, no nuestra enemiga. Debido a que nuestro pecado ya ha sido resuelto en Jesús, no sería justo que Dios siguiera tomando en cuenta los mismos pecados en nuestra contra.

Debido a que Dios es justo, el que cree en Jesucristo y en su obra a nuestro favor puede estar seguro de que Él nunca nos dejará ni nos abandonará y siempre estará a nuestro lado. Por qué no recibir -y agradecer a Dios- todo lo que Jesús hizo por nosotros para que la justicia de Dios, su rectitud, sea nuestra amiga y no nuestra enemiga.

Esta es la buena noticia: la justicia de Dios libra a los que ponen su confianza en Él y no en sí mismos. Vive hoy según esta fe y esta justicia.