Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Romanos 8:1).

Esta declaración es grande y sencilla a la vez. Es grande por sus asombrosas implicaciones; es sencilla porque es muy directa y fácil de entender. Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, tampoco el Padre puede condenar a los que están en Cristo Jesús. Ellos no son condenados, no serán condenados, y no pueden ser condenados.

Ninguna condenación

El uso de ahora, pues es importante. Significa que esto viene de un argumento lógico. Es como si Pablo comenzara diciendo: “Puedo probar lo que digo aquí”. Esto es lo que él prueba: si somos uno con Jesús y Él es nuestra cabeza, no podemos ser condenados. No puedes absolver a la cabeza y condenar a la mano. No se puede ahogar al pie si la cabeza está fuera del agua. Unidos a Él, escuchamos el veredicto: ninguna condenación.

Observa que el veredicto no es “menos condenación”. Ahí es donde muchos creen que están: pensando que nuestra posición ha sido mejorada en Jesús. No ha sido mejorada, ha sido completamente transformada, cambiada a un estatus de ninguna condenación.

Necesitamos considerar el corolario: Si no estás en Jesucristo, hay condenación para ti. No es fácil ni agradable hablar de ello, pero es necesario. Si no estás en Cristo Jesús, no has escapado de la condenación.

Este lugar de confianza y paz viene después de la confusión y el conflicto que marcaron Romanos 7. Pero este capítulo es algo más que la respuesta a Romanos 7; enlaza pensamientos desde el principio de la carta. Romanos 8 comienza con ninguna condenación; termina con ninguna separación, y en medio no hay ninguna derrota.

Cabe señalar que las palabras “que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” no se encuentran en los manuscritos más antiguos de Romanos y no concuerdan con el contexto de Pablo. Probablemente fueron añadidas por un copista que, o bien cometió un error, o bien pensó que podría “ayudar” a Pablo añadiendo estas palabras de Romanos 8:4. Si bien es cierto que los que están en Cristo no deben actuar y no actúan constantemente según la carne, sino según el Espíritu, esto no es una condición para su estado de ninguna condenación. Nuestra posición en Jesucristo es la razón para la posición de ninguna condenación.

Recibimos esta gloriosa declaración del trono de Dios. La recibimos aunque ciertamente merecemos condenación. Recibimos esta posición porque Jesús llevó la condenación que merecíamos, y nuestra identidad está ahora en Él. Como Él ya no es condenado, tampoco lo somos nosotros.

Es una gran manera de empezar cada año, cada mes, cada semana, cada día: “Estoy en Cristo, no hay condenación en Él”. Cree y recíbelo hoy.